
San Julián, hombre de costumbres sencillas, se quitaba la mitra, dejaba el báculo apoyado por ahí y ¡hala! a fabricar cestillos de mimbre que luego repartía entre los pobres. No sé yo si era afición o era para quitarse el estrés de estar todo el día convirtiendo a tanta gente diferente, pero le salían tan bien, que, dicen, que el que tenía un cestillo fabricado por Julián, no enfermaba nunca y, si no andaba demasiado fino, se curaba sólo con tenerlo entre sus manos. Y así, humildemente, se nos fue San Julián, un santo que me ha caído muy bien, y que antes de lo de los cestos, se había dedicado a evangelizar por España llevando sólo un crucifijo, un breviario y una muda, ya ven ustedes, con lo que nosotros
Este diario me está sirviendo para aprender muchas cosas y darme una buena dosis de disciplina. Como la que he usado para intentar, con mayor o menor fortuna (juzguen ustedes), imitar a San Julián “el cestero”, como se le llama con cariño. He pillado frío, me he torcido un dedo y un perro ha intentado morderme, pero sigo firme en mi tarea de emular a los grandes hombres y mujeres que nos ejemplarizan día a día. Debo reconocer que mis cestos no curan nada y el perro se ha comido un par de ellos, ¡santa paciencia!
No hay comentarios:
Publicar un comentario